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poesía y poesía sonora

Introducir textos poéticos, qui hablan por sí mismos, es siempre un poco paradójico, aún si el lenguaje, cualquier lenguaje, no es nunca inmediato. Quizás deberíamos, como cuando se habla de la música, partir de otro sustrato que él de la poesía… Pero seguramente se espera aquí una palabra razonable, un producto del espíritu, un contenido semántico que no nos daría ni la música ni la imagen.
No se trata de volver a decir lo que dice la poesía: sería a la vez inútil y destructor. Ni comentario, ni paráfrasis, ni explicación, ni análisis. Cada uno y cada una podrá hacerlo y deshacerlo tanto como lo deseará. Quizás se trate, al contrario, de desbrozar el terreno, de despejar las ideas recibidas, de demoler los pensamientos prefabricados, lo pronto-para-consumir, lo predigerido, lo cercano que nos aleja y nos encierra. Dejemos la poesía hablar por sí misma, sin discurso, sin parloteo, sin máscara.
Porque la poesía es un grito, no se reduce a la escritura ni a la dicción, que también necesita, sino que prolifera en el laberinto del espíritu que la produce o la recibe. Porque es un susurro, requiere de una escucha profunda et una voz ágil. Porque es un silencio, recibe todas las palabras y todos los sonidos.

La poesía no es solo texto, es antes que nada sonido, y en eso es próxima a la música. Si exacerba la abstracción del lenguaje, es para renovarlo, para devolver a las palabras una vida salvaje, indomable. No repetir la convención pura de las palabras, su estrechez y su «sentido común», es ampliar el horizonte, agregar la ambigüedad y la paradoja, querer que las palabras sean creadoras de sentido y no simplemente portadoras de las valijas de los otros. Pensar el sonido tanto como, o antes de, el sentido. Combinar los sonidos, recrearlos, transformarlos. Porque las palabras y el texto son antes que nada sonido y que es este sonido que es portador de sentido.
Las palabras no se pueden considerar solamente como objetos prefabricados que no se pueden utilizar sino según sus instrucciones de uso. Si son portadoras de una historia y si son cargadas de memoria, también son capaces de renovar su potencial de sentido, su pluralidad de mundos, para hacer nacer tierras fértiles y aguas abundantes. Desde luego de su ensamblaje nacen volutas sonoras generadoras de imagen tanto como de ritmos y de resonancias.

El clonaje poético, aquel ejercicio que consiste a reproducir un poema en otro idioma, siempre tendrá el sabor a artificial: la traducción no puede dar cuenta de la proliferación del verbo poético en todos sus aspectos, voluntarios o involuntarios, y solamente puede darla en aproximación. Porque no es antes que nada sentido abstracto, sino primero manada de palabras paseando en sus caminos, debe ser interiorizada para extraerle su destilado y nutrir otra tropa de palabras en la lengua elegida, con las distancias y los abismos que separan los dos idiomas.
Tejer puentes, frágiles como cualquier tela, entre un territorio y sus caminos, y otro paisaje y sus vías, es la única posibilidad que no apague la labia poética.

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