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Ruido negro (2008-2023)

Cantata a los frutos de cenizas



El pájaro abrió sus alas y cantó
«Soy el viento llorón
»soy el viento risón
»soy el viento ventón…»
Las piedras que caminan levantaron vuelo
Los árboles retomaron su respiración
La noche se desplegó bajo el velo
Las brasas locas se ahogaban en el aburrimiento
El pájaro abrió su pico para hablar
y se calló


*   *
*


La cruz del sur se va a pique
en el río de sangre
y las últimas miradas
se funden en el vacío helado
del parlamento de los locos


*   *
*


El pergamino absorbe la tinta,
y el cálamo, y la mano,
y el escriba, y la historia…


*   *
*


I


Se levanta la noche


El pescador del desierto lanzó su sedal
en mi vaso de arena
y pescó mis palabras y mis lágrimas
El río estaba lleno de la espuma de los días
pero la noche ya se levantaba
Las raeduras del bandoneón no alcanzaban más
a dispersar las dudas y colmar la ausencia
Una silla, imperturbable y recta, pálida y rígida,
seguía, más allá de las ilusiones y de los candores
más allá de las protestas y de los lloros, irremediablemente
vacía

Los tambores emprendieron su procesión
pero las flores de la isla empezaban a marchitar
Los milicos endomingados buscaban sus víctimas
Alrededor de un farol yacía la farándola
El paso a dos del tango se transformaba en retirada
y los tambores resonaban de su llamada
Los escuadrones también continuaban su ballet fúnebre
Los flujos de grappa maduraban las ideas
La ceremonia del mate agudizaba el debate
Los uniformes animados cometían su oficio
La tibieza de la noche no tenía más límite
Los uniformes bailaban sobre las cenizas
y el sol quemaba sobre las playas
los huevos desecados de la tormenta
El rumor levantaba en mi vaso
y las hordas rumiaban bajo la brasa

El día se espesaba, pero la noche aguantaba
El oceano se mecía bajo el estruendo de las armas
y el avión de Gardel buscaba otra vez una montaña
Bajo los adoquines rugía una flor
pero la silla inmóvil perseguía su soledad
Había que reaccionar: la muchedumbre volvió a sus casas
y cerró la noche

El pescador del desierto tiró su red
en mi vaso de ajenjo
y pescó el fénec y mi sangre
Las calles no se vacían más de ausencia
Pedro me miró del fondo de su calabozo
«Busco el orden, y el misterio…», dijo
Me hundía en la lectura del papel, entre las líneas
e intentaba reconstituir la nada a partir de sus restos
La noria de los vehículos oscuros continuaba
El tango se hacía vals lento
y el farol contaba su vida a la alcantarilla
entre dos estertores del bandoneón
Pero las listas se alargaban de nombres que no eran más
«El orden, es la sociedad sin el espíritu», dijo el capitán
El avión de Gardel tuvo otro sobresalto
Los tambores erraban, pálidos y moribundos
entre los desechos de la calle de las flores pisoteadas
El gaucho guardó su navaja y prendió el cielo
El silencio sucedió al silencio, siempre más verde
Los frutos de cenizas empezaron a caer
así el día


*   *
*


El palimpsesto devora la tinta
y la pluma, y la mano,
y el copista, y la memoria…


*   *
*


La cruz del sur se consume
el río de ceniza desborda
y las últimas caricias
queman el canto de esperanza
de la ópera de los locos


*   *
*


La razzia prosiguió con su semejanza de ritual
Las cachilas sucedían a las cachilas
y la lista se alargaba de los nombres que no serían más
El pescador del desierto tiró su red y se fue
Mi vaso de alcohol se enturbiaba de reflejos rojos
y la alcantarilla intentaba una salida
Pedro miró el fondo de su calabozo
«Busco la sombra, y el porvenir…», dijo
Las procesiones prosiguieron
Los tambores intentaban rechazar el ballet oscuro
Pero los uniformes mataban al tiempo, a las ideas y a la gente
«El porvenir, es el régimen del orden», prosiguió el capitán
Me sumergí en la conversación del farol
hasta disolverme en ella
Pero el cazador de viento apuntaba ya

Alrededor de la silla vacía, la velada, eterna
sin otro fin que la espera
El tango se agotaba en la monotonía
y los estertores del bandoneón
La naturaleza se indignaba en silencio, azúl oscuro
El debate había terminado, sin remedio ni opción
La calle se aburría de la muchedumbre invisible
y el farol lloraba en la alcantarilla
«Cuando han muerto, todos los humanos son buenos,
»incluso los militares», dijo
Devoré el libro y vomité la tinta
y la calle se hundió en el río de plata
desde el cielo, cuerpo y alma, sin un grito,
pero la sombra erraba entre los restos dispersos
El cuchillo buscaba su gaucho
entre las flores muertas y los restos de noche
Pronto la plaza triste y el carnaval apagado
Y debajo la piel del tambor, los ritmos ahogados
y la sangre esparcida
Otra procesión, el ritual del vacío
y las lágrimas inundando la ciudad
Pronto el día tomaría la plaza y la esperanza
La red del pescador se enrollaba sobre mi cabeza
y con ella, todos los hilos de ariadna y las hijas del viento
El gaucho guardó la navaja
y la noche


*   *
*


Pedro se atascaba en el magma de los ángeles
en el fondo de su calabozo
Los campos de caña de azúcar en flores
pronto abrigarían su soplo y su mirada
El oleaje cubría todavía los ruidos de la tortura
los gritos de los condenados y la alegría de los uniformes de paja
Me abstenía de comentario y hasta de respirar
Bajo la lluvia oscura, el farol tejía su soledad
y la alcantarilla tomaba hasta el dobladillo de su errancia
Pedro miró el cielo ausente encima de su calabozo
«Busco el hombre, y su locura…», dijo
Las flores se diluían en las hojas arrugadas
La cosechadora arrancaba los vivos sin discriminación
El bandoneón yacía de su tuberculosis
y los nenúfares seguían creciendo en sus pulmones
Isidore acababa de hundir el Titanic
con los campos de males de horror
«La locura, son los otros…», contestó el capitán
Y siempre la noria y la silla impávida
Llené mi vaso de todas las amarguras
y las tomé, hasta el acoso
El cazador me apuntaba, y el bandoneón, y el farol
El paracaídas de Gardel cubrió el mate
y el silencio invadió la ciudad, amarillo turquesa,
y frío
El día podía caer


*   *
*


El manuscrito deseca la tinta
la tinta broncea la mano
la mano ahorca el escritor
el escritor engulle la memoria


*   *
*


El río de sombra zozobra
en la cruz del sur
y las últimas palabras
se desvanecen en el vacío ardiente
del teatro de los bienpensantes


*   *
*


cantata a los frutos de cenizas, 2