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El cadalzo de los sueños (2009-2018)

Cantata a los frutos de cenizas (2)



II

Cae el día


Con la apertura en el costado, el desconocido yacía en la playa
entre la espuma y las vagas añoranzas
De repente el ruido y la cohorte
Y la voz ronca del farol que tragaba el río
y los restos de la noche, en mi vaso, hasta la espuma
El soplo cansado del violín de Gardel
que barría los restos de la noche y las flores en celo
para abrirse un sendero en las migas del día
El desconocido, reducido a tres líneas en la última página del diario,
caminaba en su traje de madera
hacia el regimen del orden
Bajo la playa, los adoquines de la desolación
Bebía el misterio acumulado en mi vaso
y los troncos caidos del cielo en el río
Y ví, aplastada bajo el día, la silla
que llevaba la ausencia y el peso del dolor
La alcantarilla me sirvió otra vez, hasta la cicuta
y me ahogué en la absurdidad
«La noche es la oscuridad del pensamiento,
»el día extiende la claridad del orden…», dijo el capitán
«Y llena los cementerios», agregó el insolente farol
Las hordas se escondían hasta el próximo baile
El día sin luna iba su camino, de precipicio en precipicio


El mate se hundía en la grisalla del día y de los uniformes
El debate no tendría lugar, la derrota y el fin
y las esgrimas que empañaban mi vaso
El cortejo fúnebre prohibido quebraba el silencio
de una mirada implacable, sin maldecir
Pero la
razzia prosiguió
El día se espesaba aún más, con su premio de destrucciones
Yo miraba el afiche y los ojos inocentes
y las manos del uniforme que lo arrancaban
vociferando el odio y la descomposición
En los cuarteles, la nauseabundancia
la gloria de las putrefacciones, la insolencia de los quepis
El bandoneón destripado yacía en la calle desertada
un transeúnte extraviado huía las pobres notas esparcidas
y el quepi bailaba bajo la risa audaz del uniforme asesino
Los árboles temblaban de vergüenza y reprimían su aliento
La cachila llevaba su huesped por un último viaje

El día seguía cayendo, aplastando el remordimiento

El bardo guardó su lira en medio de las chatarras
y apagó la noche


*   *
*


El cazador de viento comenzó su búsqueda
Los testigos silenciosos dejaban el cementerio
y alcanzaban el desorden
Las calles retomaban vida, tan poca, y la alerta volvía al rojo
En mi café se ahogaban los pensamientos, por miedo a los uniformes
El farol dormía esperando a su noche
Los quepis altaneros vigilaban los sospechosos
que se aventuraban sobre el asfalto prácticamente desnudo
El cielo estaba ausente bajo las miradas a los pies
Tome el café rodeado de los ausentes
y me hundí en su charco y su bruma
donde hormigueaban las ideas prohibidas
El capitán se admiraba frente a su espejo ciego,
reluciente de los crímenes condecorados
El cazador instalaba sus trampas y sus carnadas
El orden desbordaba de los cementerios
embriagando a los uniformes
Los soplones inventaban sus denuncias
y los enterradores se frotaban las manos
«La noche se abolirá para el triunfo del orden…», dijo el capitán
«El mundo se abolirá para la derrota del espíritu…», susurró el espejo sordo
El bolichero llenó mi taza de café y mi mirada de esperanza
La noria de los soplones y de los escuadrones proseguía como nunca
y los buitres se frotaban las alas
El bandoneón vendaba sus llagas esperando a la noche
El cazador al acecho escuchaba el viento y sus palabras


*   *
*


El papiro digiere la tinta,
y el pincel, y la mano,
y el poeta, y la narración,
y el poeta quema el papiro


*   *
*


Esa noche, hubo dos lunas
que bailaban encima del Río
Las aguas cortaban las aguas
las avalanchas de viento llenaban las avenidas
y el sol se escondía detrás de las migas de sueños
hasta ahogarse
Esa noche, no hubo más noche
ni lunas oscurecidas, ni danza sobre las aguas
ni sol inmerso
sino un gran sablazo en el corazón del desgarro
El farol lloraba gotas de luz
y la alcantarilla jadeaba bajo el orden avasallador
Morir no podía, ni matar a los verdugos
No hubo más silla, ni vacío
ni recuerdo prohibido
sino un gran agujero vacúo
que engullía la noche, y el farol,
y el bandoneón, y la taza, y la mirada
Luego el silencio
                               No se atrevía a respirar
por miedo a expresar lo impronunciable
el terror absorbía todo movimiento
toda ternura, todas las esperanzas
y hasta los pájaros
Luego el silencio
                               eterno y fijo
y otra vez el silencio
                                     ensordecedor
y glauco


Bajo la placa sin nombre yace ahora
el desconocido de la espuma y de las olas de añoranza
de las tres líneas del diario y del traje de madera
Bajo los adoquines, la placa
que lo destruye una segunda vez
La silla gira sobre si misma, carrusel fúnebre
y la taza de café me salpica en medio de las haces de fuego
El día cayó, barriendo todas las dudas
todas las intrigas, todos los estados de ánimo
El bandoneón desgarrado lamenta no haber sido
un simple pífano de paso militar
Pero el uniforme se extiende ahora
sobre todos los cementerios, sin otra forma de juicio
sin arrepentimientos ni sentimientos, pálido hasta la cera
en el silencio ruidoso e irrespirable
El cazador de viento pescó el fénec
y regó la hierba de Atila


Pedro abrió los ojos y vio
la miseria en su calabozo, por encima y detrás,
y el capitán que había puesto el orden y el vacío
Las dos lunas comían la tierra
Las palmeras meneaban y las olas se apilaban
contra el farol
El tango esperaba su hora
que vendría, sin duda, un día, o una noche
«La naturaleza aborrece al orden», dijo Pedro
El capitán se sobresaltó y miró al calabozo,
en orden, como lo había dejado,
y empezó a suspirar frente a su infortunio
Tenía que contestar, pero las palabras no venían
absorbidas por el calabozo
La guitarra sintió esperanza, pronta para esbozar la sombra de un sonido
Pero el silencio
«El horror es la naturaleza del orden», contestó al fin el capitán
aliviado en su sorpresa
La lluvia cayó muy fuerte, sin silencio,
fría y desnuda
y la tierra comió las dos lunas
y las palmeras, y las olas, y los sonidos
que no habían podido quebrar el silencio
Un gran tambor destrozado devolvió el cazador
El fénec cerró la puerta
y empezó a saquear el pastizal


La silla gira sobre sí misma, carrusel frenético
y el capitán observa el calabozo deshabitado
que sin embargo se dirige a él, insolente
El gaucho tomó su caballo y se fue
El tatú no encontraba más su camino
y la guitarra jadeaba
                                          de repente, la duración
y el peso — pero habría que soñar otra vez
La manada de los ñandues se alarmó y se esparció
«El orden aborrece a la naturaleza», dijo el capitán
La lluvia cesó, luego prosiguió, el sol se ahogaba
El tango simulaba quedarse quieto
para preparar mejor el próximo paso
pero la sombra
                               la luz se metía entre las arrugas
del bandoneón, sin un soplo
La silla seguía girando
«El orden est el error de la naturaleza», contestó Pedro
Luego lentamente el instante se hizo fugaz
Las migas de los sueños intentaban esconderse
en medio de las calles, bajo los escombros de la noche
El calabozo miró el cielo, y el capitán, y la silla vacía…
La tierra se abandonaba, los trovadores comían sus poemas,
los
griots se callaban
La piedra gritaba piedra, y el viento que lloraba
y los suspiros burlones que abrían el camino
El cazador guardó los ñandues, y el sol
Todo volvió al orden,
                                       y el horror


*   *
*


La piedra erosiona el grabado,
y el buril, y la mano,
y el escaldo, y la saga
y las runas en ruinas


*   *
*


El laberinto se extiende como un bandoneón
que se estira, alrededor de Pedro, alrededor de los sueños
El farol se hunde bajo la alcantarilla
pronto para saltar sobre su presa
El capitán siente su tiempo llegar
y aquel de las cuentas a rendir
o retomar
En el fondo del laberinto, un minotauro de hielo,
un monstruo de papel, una mentira verósimil
Y debajo del delirio del día que cae
una llaga abierta que traga hasta nuestro desgarro
Ese día, llovíamos en el fondo del calabozo
al fin desertado
En los escombros que se erguían encima de nuestras cabezas
venteábamos hasta perder el soplo
El cazador podía llegar
el laberinto era suyo, estaría en él
y el fénec se tiraría del acantilado
Un último aedo apaga una última luz
Toda huella de la noche ha desaparecido
El desierto
                    el silencio
                                        el vacío
                                                         la eternidad
                                                                                  el instante
El alba pronto podrá brotar
bajo el misterio


*   *
*


cantata a los frutos de cenizas, 3