Ruido negro (2008-2023)
Cantata a los frutos de cenizas (4)
IV
Huye el crepúsculo
Las calles, todavía cubiertas de las sombras de la marcha
volvían a susurrar muy suavemente
El farol miraba las dos lunas
encima de las aguas pálidas del Río
Había un sentimiento de paz
un olor a primavera, un viento insidioso
pero sobretodo, las risas infantiles
que no llegaban a resonar
Los restos de la noche se hundían en las ruinas del día
Estaba fresco bajo el farol
y las dos lunas esbozaban una danza
La humedad hacía crecer los nenúfares
encima de los escombros, y los líquenes
sobre nuestra piel árida
«Fue una guerra civil», dijo el hombre de los líquenes
Un escalofrío recorrió el farol,
y los adoquines de la calle, mientras las dos lunas
se hundían en las aguas turbias del Río
«Todas las guerras lo son», contestó el niño
demasiado grande para sus ilusiones
«sobretodo las militares»
El tatú levantó la cabeza, sintiendo la tormenta que se venía
pero no vio sino los humos de las risas
y el ruido de las muecas
Abrió la boca para hablar, y se calló
El dolor, el alba, las flores, la noche,
las sombras, las cenizas…
La silla vacía, vestigio de la memoria prohibida,
espectro de la justicia ausente,
cubierta de cenizas y de polvos de los tiempos inmemoriales
esperaba aún y siempre a Pedro,
que no vendría, que no vendría más.
Y las listas se alargaban de nombres borrados, disueltos
El pescador de desiertos llenó su red
de los trovadores, los bardos y los griots
que escapaban de mis humos oscuros
Las gotas de futuro se dispersaban, verdes y silenciosas
áridas
Tragué los dátiles de piedra, las flores de mármol y los frutos de cenizas
«Fue una guerra tan vil…», prosiguió el niño
Pedro miraba la tierra que había tomado su forma
detrás de su calabozo, buscando sus huesos blanqueados
mezclados al olvido, a la ausencia
al silencio
a la resplandeciente oscuridad de la frialdad
Estaba fresco bajo el farol
y, sobre las brasas,
la inmovilidad cadavérica de un saludo militar
* *
*
La mano amasa la arcilla
y forma la tableta
el horno cuece la greda y el mensaje
e incinera el escriba y la memoria
* *
*
Sobre mi silla, lívido, presa del vértigo y del horror,
sentía llegar el crepúsculo de los ojos
La calle se llenaba de bruma
El aire se espesaba hasta ahogar el menor sonido
El bandoneón se esforzaba, pero nada salía de sus botones
El tango tragaba sus pasos y sus bailarines
El mate escupía sus tomadores
El farol se retorcía de dolor
Los nenúfares crecían en medio del asfalto
negros como su soporte, sombríos como los uniformes
Había que olvidar todo, la picana, el submarino,
los desaparecidos, los muertos, los niños robados,
los bienes sustraídos, los ciudadanos discriminados
No había nada para ver, nada para saber, nada para pensar, nada para llorar
Ni siquiera quedarían los ojos, por cierto, para hacerlo
Pedro mismo se fundía en la nada
en todas las nadas del mundo
dispersado en el fondo de su calabozo
olvidado hasta del olvido mismo
Las cenizas podían cubrir todo
La nada importaba desde ya
El gaucho apagó la oscuridad
y guardó la historia
El tatú corrió en la llanura
perseguido por la historia, los dos demonios,
y las buenas conciencias
No pensaba más, no debía pensar más
solo huir, correr, escaparse,
vivir, pero vivir sin pensar
otros lo harían por él
otros pensarían por él mientras
disfrutaría de la danza y el deporte
y los juegos y el casino y el trabajo
por el bien de la sociedad, en silencio,
sin decir nada que se emparentará
a un pensamiento o un rastro neuronal
«El vacío es el triunfo del espíritu», dijo el capitán
Pedro se sobresaltó en su desaparición
y dio vuelta a su calabozo
El farol prendió la oscuridad y la bruma
«El triunfo es el vacío del espíritu», respondió el niño
Había dos demonios: la metralleta y el bandoneón
La metralleta quemó el bandoneón
La responsabilidad es compartida
Habrá que borrar
el bandoneón
Y en un crepúsculo de adioses
nos cubriremos de nuestras propias cenizas
hasta fundirnos en ellas
* *
*
El cuchillo graba los oghams
los trazos agrietan la madera
la mano quiebra el mensaje
el fuego quema el palo
el palimpsesto de humo
* *
*
Ese día, llovió por una eternidad
tan larga como una temporada en el infierno o la televisión
Había acabado mi botella, el ciclo terminaba,
los efemérides se jubilaban, el silencio aullaba,
las calles vacías se llenaban de fantasmas
los espectros aspiraban a morir
Pero quedaban aún los niños robados, las personas desaparecidas
la mentira colectiva, la impunidad organizada
El tango no bailaría más, el candombe se agotaría
el gaucho ataría sus caballos para siempre
La violencia se instalaría por causa de impunidad
Ese día, el sol había perdido sus referencias
brillaría hasta el fin de los tiempos, hasta mañana
con los restos de los sueños y del bandoneón
Ese día duraría una eternidad efímera
«Hay que dar vuelta la página», decía la buena conciencia
Y sobre esa página blanca, escribir otros horrores
de la memoria vacía
Dar vuelta la página como un manto para esconder a los desaparecidos, los
torturados
para envolver a los sufrimientos, los rencores, los odios, las verdades
Dar vuelta la página, para que puedan escribir otra
Pedro sentía su imagen fundirse en el papel
mezclarse a las del capitán y del calabozo
Pedro sentía su segunda desaparición
que engullía el bandoneón, el gaucho,
el tatú, el tango, los tambores, el mate,
las esperanzas, el farol, las calles, las playas, las llanuras
La página blanca era un agujero negro
* *
*
La caída
Después de la sedición, vino la subversión
Después de la subversión, la sedación
Pedían a los verdugos perdonar a sus víctimas
Pedían a las víctimas implorar el perdón
Exigían la obediencia civil, la desobediencia militar
Fomentaban la resignación
El farol recorría el cementerio
en búsqueda de un buen militar
sin éxito
El miedo estaba en el corazón de las calles
El gran ave podía siempre planear
a merced de los vientos y de los sarcasmos
El niño tiraba piedras al cielo con su honda
pero el ave quedaba intocable
Los ladrones de identidad se fundían en el anonimato
arrastrando a sus víctimas
La consonancia se confundía con la connivencia
El cóndor planeaba arriba de nuestras cabezas
espada de Damocles sin condescendencia
«Un buen militar, es un epitafio en un cementerio»,
dijo el niño al farol
Y el farol, con la esperanza en las entrañas del niño,
prosiguió su búsqueda desesperada
Ningún epitafio, sino el miedo
y por encima de todo, cierta resignación
* *
*
Los dedos hunden las teclas de la máquina de escribir
los caracteres llenan la hoja
los cuadernos se agregan a los cuadernos
el libro termina en la papelera
el palimpsesto de los mercaderes
* *
*
El vuelo
El cementerio recorre el farol
y las calles de la ciudad, la rambla y el Río
El río escupe sus cadáveres
los que los amnistiados tiraron de los aviones
vivos
dos demonios: uno al mando, el otro a la expulsión
Los esqueletos, ellos, no se resignaron
Río de plata, río de sangre
Histoire d’amour, histoire de haine
amorodio
El farol recorre el cementerio, la ciudad
en la espera del día
Y pronto morirá la resignación
y el día no podrá más hacerse esperar
no podrá cubrir de su manto de vergüenza
los crímenes y los no castigos
Mémoire de haine, mémoire d’amour
amorodio
La ciudad recorre el farol, el cementerio
El bandoneón recobrará su soplo
y los cadáveres se levantarán
los huesos revivirán
el tango reflorecerá
Histoire d’amour, histoire de haine
amor a muerte
amor adiós
Un día vendrá
en que el día se hará noche
la luz será fiesta
las cenizas cantarán
y la ronda ahogará a todos los quepis